Insomnio

No tiene sueño, por eso mira por la ventana. “Justo estoy en la calle más aburrida del barrio”, piensa. Pasa un auto apurado y puede escucharse cómo se pierde a lo lejos. Un caminante friolento, un par de perros, una moto aparatosa y un gato demasiado despreocupado que (encima) camina lento.

Felipe se queda despierto. Cuenta inútilmente estrellas, pero se cansa enseguida. Estudia el movimiento del viento mirando hacia dónde se sacuden las hojas de los árboles. Algunas se desprenden y se van, girando hasta tocar el suelo. Otras se elevan un rato más y al caer rajan el pavimento. Entonces cruje la calle más aburrida del barrio y se abre como cierre de campera. Salen diecisiete lagartos uniformados (esta vez no se cansa, Felipe, al hacer cuentas), con anteojos negros, micrófonos incorporados, zapatos todo terreno y azules chaquetas. Algunos ofician de vigías, otros unen los bordes rasgados de la calle, dejando una cicatriz negra sobre el asfalto. Después están los que convocan. Parecen llamar en alguna extraña lengua que sólo los reptiles entienden, pues asisten serpientes, lagartijas, iguanas y hasta la tortuga de la Señora Graciela. “Algo traman”, piensa Felipe y disimula su mirar por la ventana. Se agacha y espía, de tanto en tanto. Allá afuera cuchichean, se dan directivas, distribuyen tareas, señalan en todas las direcciónes. Al rato se dispersan. En silencio, como si nada. Los lagartos cubren la retirada. Y es ahí donde lo ven. Felipe es descubierto y todas las reptiles miradas van en su dirección. “¡Elimínenlo!”, cree oír y se esconde entre las cortinas. Se desliza por la pared y se mete en la cama cerrando sus ojos con fuerza y con miedo. Siente ruidos de patitas subiendo… 

Bueno, puede ser que ya no esté despierto.   


 

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