Monstruo

Un día la mamá se convirtió en monstruo. No digo que gritara, maltratara o se comiera a Venecita (nuestra gata). Digo que se convirtió en monstruo. Le crecieron pelos en toda la piel, su nariz se transformó en un hocico y las uñas se le estiraron y encorvaron como garras. Ella trató de limar las puntas afiladas, recortarse los bigotes y ponerse crema de enjuague en el cuerpo para quedar más presentable, pero no. Se veía fea como un monstruo.

Al cocinar siempre quedaba algún pelo en la comida, y ni te cuento en el sillón de mirar la tele. Ella nos decía “cosita linda”, “hermosura”, “belleza mía”, pero igual daba miedo. Así que dejó de ir a saludarnos a la noche, cuando nos acostábamos. Incomodaba un poco llegar de su mano a la escuela, y por eso empezó a dejarnos en la esquina. Tampoco iba a las reuniones de padres o de la cooperadora. 

Después ya no salió a hacer compras, pues las vecinas agarraban a sus hijos al verla pasar y los chicos interrumpían sus juegos para esconderse. Además el almacenero le dejaba el vuelto en el mostrador, evitando tocarla.

Otro día preparó un bolso y se fue a vivir a la tierra de los monstruos, para no sentirse diferente. Desde allá nos manda cartas que, a veces, llegan con pelos enganchados en las hojas. En ellas cuenta, usando lenguaje de gruñidos, que ya se siente mejor y no está tan sola. 



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