La radio


Hacía girar el dial buscando personitas. Era como en el cine pero sin ver. Voces impostadas, fuertes, que hablaban de tú y no sabían putear, pobrecitas. A ella le gustaban las canciones fáciles de aprender, aunque ofrecieran maizena, toddy, geniol o jabón federal.

Ya sabía que no eran personas pequeñas dentro de una caja. Pero aún así solía imaginarse directora, diciéndoles: “¡Ahora!”, cuando elegía la señal. Sólo entonces ellos comenzaban a hablar, simulando distracción, como si la conversación ya estuviera empezada.

A veces no la dejaban tocar. Eso no era divertido. Con ceños fruncidos corrían el dial buscando entender. Como el día en que la hermana iba y venía de una esquina a la otra, girando la perilla con rabia y espanto. Al final la rompió y quedó fija la voz, diciendo todo aquello que hubieran preferido no saber. Por última vez se oyó hablar al general. Después fue preciso esperar dieciocho años junto a la radio para volverlo a escuchar.


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