mentira

 

Engendran una mentira en la mesa del bar. No es un mal lugar, después de todo, para verla crecer. Sólo basta subir la voz, mirar en todas direcciones, gesticular con alevosía. Luego es cuestión de esperar que adquiera nombre, que tome cuerpo. Siempre da un poco de orgullo notar cómo se estiran los vástagos, cómo maduran y cruzan, sin girar siquiera, la puerta de su nacimiento. Aunque alguien observe la salida, tres mesas más allá, con cierta envidia o enojo incierto.

Una mentira sabe desenvolverse en sociedad. Se adapta, se amolda, se agranda. Suele vestirse de sabia respuesta a previas mentiras. Por eso es (y hace) feliz, además de tener una buena esperanza de vida. Se encuentra capacitada para camuflarse hasta hacerse imprescindible e invisible, un pilar fundamental en la comunidad educativa.

Mientras tanto en el bar, tres mesas más allá, la verdad almuerza. Estira el menú económico con bocados pequeños y largas pausas que le permiten mirar por la ventana. Ignoramos todo sobre sus padres. De ella sabemos nada. Tal vez espera que alguien la pase a buscar. Quizá hoy. Por qué no, mañana.




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