Rutina

Miriam espera el colectivo por última vez. Por última vez escribe el horario de entrada. Por última vez almuerza sola en el pasillo, mirando la gran ventana. También serán últimos los pasos del regreso, los rituales nocturnos, el sueño ligero que precede al definitivo.
Todo es mentira. Ella lo sabe, pero le gusta andar por la vida con ánimo de despedida. Cada mañana, en la parada del colectivo, se relata en tercera persona su última jornada. Saluda, sin saludar, un mundo que ya es ajeno, que casi no está. Pinta de funerales la cotidianeidad. Mastica la rutina con algo de arsénico, de sátira, de saliva.
Tiene vocación de suicida, pero no tiene descaro. Le agrada más escucharse, cada mañana, contando su tic-tac terminal. Imaginando el obituario que redactaría la familia. Aunque siempre está abierta a la opción de que, tal vez, un día cualquiera, la pise un auto, se enamore o gane la lotería. 




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