Felicidad

Ya antes del último gol tenía la sonrisa instalada en la cara. A tiempo completo. A todo terreno. En esos casos resulta sencillo reconocer la felicidad. Excede el cuerpo, embriaga sin alcohol cada uno de los movimientos. Por eso la alegría es torpe, desaliñada, un tanto áspera en sus formas. Pero también es buena compañera, solidaria. No le gusta salir sola en las fotos.

Él baja corriendo las escaleras para sumarse a la calle. Para mezclarse. Y hay algo matemático y algo físico en el asunto. Saluda desconocidos, corea, abraza y se deja abrazar. Y hay algo místico en este punto. “La felicidad invertida en el conjunto aumenta las ganancias”, piensa (o siente, no puede el Contador estar seguro). 

Ya tarde, vuelve tarareando a la soledad de su casillero. Y tal vez mañana olvide la letra que se oyó cantar, el roce multiplicado, el carnaval desclasado. “Todo es efímero”, publicarán. “No serán visibles los síntomas en veinticuatro, o cuarenta y ocho horas”, diagnosticará el médico. Pero él sabrá (ahora sabrá) que hay un tipo distinto de felicidad. Un cosquilleo que hace sentir como propia la risa ajena. Una celebración propia que se deja sentir como ajena. Algo que (por fin) está bien repartido.




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