Tirones

 Mamá desenreda el pelo y Alejandrina protesta. Las tardes de tirones suelen ser así. Mamá toma mechones chicos y pasa el peine con delicadeza (o eso intenta, porque de vez en cuando se traba en un nudo y se reinician los reclamos). Alejandrina tiene el pelo más largo que su nombre y es un lío cuando llega el turno del peinado. Mamá le cuenta la historia de Rapunzel, para que se quede sentada. “Era una princesa que tenía una trenza de ocho pisos, por la que subía un príncipe a rescatarla”. “Eso debe doler”, piensa Alejandrina y lo dice, justo cuando una sacudida le recuerda lo difícil que es permanecer quieta si un nudo se atascan entre los dientes del peine. “Así es el cuento”, responde mamá. “No me gusta”, protesta Alejandrina y lo cuenta de otro modo.

“Había una vez una princesa que tenía una trenza de ocho pisos. Y como son muchos pisos para una trenza, decidió contarla. Luego la ató al borde de la ventana (porque ahora la trenza se parecía más a una soga que a un peinado), por si alguien quería visitarla. Y así como servía para subir, también era buena para bajar. Por eso la princesa-pelo-largo, -dice Alejandrina, sin recordar su nombre- trepó al revés y llegó al piso. Se fue, entonces, a recorrer el mundo y listo”.

“¿Y el príncipe?”, pregunta mamá colocando un moño al final de la trenza. Alejandrina inventa: “Se dejó crecer el pelo y escribió el cuento del rescate una tarde de tirones, mientras lo peinaba su mamá”.



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