Lee
Si al protagonista le va bien, el desayuno es más abundante. Si la racha no es buena, Encarna pela tanto las papas que sólo queda un corazón pequeño y poco rendidor. Y es necesario agregar arroz en el último momento.
María Encarnación lee al acostarse. Los domingos, un rato a la mañana. Cuando termina de juntar las cosas del desayuno y aún es temprano para cortar las papas del almuerzo. Lee cuando finge dormir la siesta. Y un poco a la tarde, si el ritmo de la casa lo permite.
Lee novelas que saca de la biblioteca. Sabe que no son de ella, por eso no las marca ni las ensucia. Sólo las sufre, las vive y las disfruta. Si el personaje principal triunfa, prepara buñuelos para la merienda. Y coloca almíbar tibio en una salsera, por si alguien le quiere agregar. Si la heroína viaja a la playa, ella se siente tostada. Si vuela, tiene vértigo y roba algún sedante del botiquín. Si se enamora, Encarna se ríe. Tampoco la pavada.
Cuando hay un muerto, la casa toma un aire de velorio que nadie entiende. Las cortinas permanecen cerradas, los espejos desaparecen. Si es un niño el que la novela lleva, ella recuerda al suyo y llora desconsoladamente. La azucarera rebalsa de sal, el pan se quema y la manteca se derrite amarga en la alacena. “Está grande”, susurra la señora y Encarnación busca, entonces, un libro con título divertido, para no perder el trabajo.
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