Absurdamente

“Que sean niños no significa que sean bobos”, dijo la señora Idelfrina junto al pizarrón de tercer grado. La maestra puso mucha cara de asombro porque nunca había escuchado hablar así a la directora, y comenzó a mover los ojos como avisando que los niños, a los que hacía referencia, estaban ahí. 

“No necesitan leer fantasías sobre tierras imaginarias, o dragones que no existen, o seres con poderes sobrenaturales”, continuó explicando la directora, totalmente consciente de la presencia del tercer grado en el aula. Cosa que no podía ser de otro modo, pues ella misma había tocado la campana que daba por finalizado el recreo. Por eso avanzó en su discurso: “Los alumnos deben limitarse a leer cosas reales, vidas de personajes históricos y manuales de matemática o zoología”. 

Luego de terminada su exposición teórica comenzó la censura práctica. La señorita Idelfrina posó sus ojos en la biblioteca y retiró todos los libros que consideraba presuntuosos, quijotescos o con muchos dibujitos. Pasado unos minutos puso la cara más avinagrada que supo conseguir y corrió las cortinas. Desplegó un par de alas que nadie imaginó existieran bajo su saquito rosa pastel. Y ante el asombro de la maestra, los alumnos y su propio discurso, la directora emprendió vuelo saliendo por la ventana del aula que, absurdamente, no tenía rejas.




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