El idioma de las chicharras

Juanjo entiende el idioma de las chicharras. Por eso sabe que no cantan perezosamente en los árboles (eso es un chimento que han dejado correr las hormigas). Se llaman entre ellas, conversan, intercambian información y especulan sobre el pronóstico. Juanjo las escucha y les contesta. 

Durante las siestas de verano se dan charlas concurridas y extensas. Las chicharras hablan como fuelles que se inflan y desinflan. Curiosean, más que nada. Quieren saber qué pasa en el mundo mientras ellas se guardan en los sótanos de un árbol. “¿De qué color es el frío?”, preguntan. “¿Cuántas patas tiene el invierno? ¿Cómo estridulan las hojas en otoño? ¿En qué tronco dejan su cascarón los que emigran muy lejos?”. 

Cuando a Juanjo lo invade la tristeza (como le pasa a todo el mundo, de vez en cuando), llora bajito y, poco a poco, va subiendo la intensidad. “Parece que rechina”, dicen los adultos que lo ven, pero las chicharras saben la verdad. Ellas entienden el idioma de Juanjo y por eso le mandan sonidos retumbantes. Le cuentan cosas divertidas y le mienten con el pronóstico, le anuncian arcoíris confitados que han de bajar a la tierra para convertir en caramelos las lágrimas saladas.-




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