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Mostrando entradas de diciembre, 2020

Cuestión de fe

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  Ella cree que el amor es un anillo y tiembla cuando lo ve caer por el inodoro. Él supone que el destino es una apuesta y compra un billete de lotería. Ellos entienden que el olvido se ejercita y recortan fotos. Ellas imaginan que el futuro se moldea y esculpen estatuas para venerar en los espacios públicos.  Aquellos tienen igual edad y son expuestos a iguales exámenes. Aquellas son juzgadas por el traje y serán vestidas con reglamentos más que con ropa. Esas aceptan como buena una comida con muchos colores y engullen pigmentos artificiales. Esos comprenden que si han de morir es mejor hacerlo con el mejor calzado y se consiguen las más caras zapatillas. Todos afirman que opera con mayor precisión un doctor vestido de blanco. Que sólo limpia eficientemente una empleada doméstica, no un empleado. Que aumenta el valor de un ahorro si está en dólares. Que si lo nombran en inglés suena más atractivo. Que un regalo barato es muestra de poco afecto. Que la publicidad repetida da superiorid

Papelitos

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Deja papelitos para recordar el camino de regreso. Hansel y Gretel demostraron ya que las migas de pan no sirven para eso. Indicaciones concisas de lo que hay que hacer. Anotaciones que aligeran la carga de la memoria. Jabón, detergente, manteca, sal. Listado de obligaciones que calman la ansiedad. Canilla, pantalón, biblioteca, Juan. A vista rápida simulan carecer de coherencia, pero son pasos certeros que conducen del lunes al lunes siguiente. El duende del caos cambia una letra y se ríe. Ella tropieza. Altera un nombre y alguien esperará inútilmente que ella se presente. En toda casa hay un duende desorganizador. Cruel y anárquico esconde anteojos, tijeras, llaves, medias impares y papelitos. Ya es la quinta vez que lee la nota, pero sigue sin comprenderla. Son instrucciones escritas con pulso de elfo maldito. Ahora lo sabe, aunque simula no saber. Ella sonríe. Esta vez no caerá en la trampa. Es su turno: le cuelga un cascabel a la tijera para que él se delate al moverla. Desemparej

Cartas

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Esperábamos cartas de papel y escribíamos respetando el renglón. Sabíamos el horario del cartero y los borradores previos caían al suelo. Comprábamos estampillas, guardábamos sobres y cada mensaje traía un olor.  En el otro lado del mundo su hermana come un chocolate y dobla el envoltorio delicadamente. Luego termina de contar los detalles que trajo el asunto de Miguel y Marta, la mudanza de las López, los arreglos en la plaza, el cierre de la estación. Mejora la letra al detallar la dirección de entrega y el remitente. Cuando vaya a hacer las compras dejará su carta en el correo. Integrará la pila de “internacionales”, más tarde el paquete de papel madera. Quedará boca arriba en la furgoneta y boca abajo en el avión. Caerá de costado en el camión que espera. Luego pasará a la mesa de distribución, la caja zonal, el morral de cuero. Sumará el olor a humedad que tienen los buzones del edificio.  Ella abrirá el sobre saboreándolo con los dedos, leerá apurada la primera vez y más despacio

Respirarme

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  Más tarde ha de golpear la mesa. Siempre lo hace. Ha quedado claro su desprecio y mi culpa, pero sigue apuntándome con el dedo. No va a sentarse. Busca argumentos en el techo y cae con más furia sobre mis ojos. Ya ha cerrado los puños. Imposible hallar un resquicio donde mentir una defensa. Tengo dos o tres palabras para decir pero no se abre un segundo de silencio, entonces las trago. Puedo sentir el óxido resbalando por la garganta. Sé que mis glándulas han comenzado a segregar odio. Ha de llegar la orden a todo el cuerpo. Los pies comenzarán a disolverse y como gangrena, el rencor, subirá hasta los hombros. Convertida en polvo, me fugaré de la ropa que caerá sobre la silla. Invisible permaneceré flotando en el ambiente.  Él va a respirarme indefectiblemente. Va a consumir cada partícula impregnada de venganza. Va a faltarle el aire y usará las manos con las que golpea la mesa para tomar su cuello. Sentirá dolor. Abrirá los ojos con miedo. No podrá si quiera gritar, y en cada nuevo

Arena

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 Hay un reloj de arena. Brevísimo. Es todo el tiempo del que dispongo para escribir. Lo giro cada mañana, bien temprano, en el silencio del sueño general. Me produce, al principio, un placer infinito. Soy un adolescente sacándole la lengua a la muerte. Pero cuando la base soporta más de la mitad del contenido total, me ahogo. Proyecto el rostro de un enfermo con el peor de los diagnósticos. Las frases se acortan. Desaparecen los adjetivos. La acción se vuelve mínima. Y ya. Temo que caiga el último grano de arena y la oración no haya llegado a su punto final. Temo que