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Mostrando entradas de octubre, 2021

Calaveras de azúcar

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Yo le dije a mi mamá que debía ir disfrazada, al día siguiente, para festejar el día de los muertos. Ella puso cara de extrañeza. En su país jamás había escuchado juntas las palabras fiesta, disfraz y muertos. Argentina aún se creía europea y ni siquiera se hablaba de halloween . Concluyó, entonces, que yo había entendido mal, y el tema se agotó en un silencio.  Al día siguiente era la única sin disfraz en el jardín. Mi mamá, entrenada para pasar desapercibida, tuvo que asumir en público su extranjeridad. La maestra sonrió, me sacó el guardapolvo y cruzó una tela a lo Nerón, anudada en el hombro. Yo corrí satisfecha y me sumé a los juegos. Tres chicas se acercaron con intenciones de saber: ¿de qué estaba disfrazada? “De bailarina”, respondí convencida. Tal vez concluyeron que yo había entendido mal, pero no lo dijeron. Y el tema se agotó en el siguiente juego. Cinco años después, en México, en otro Día de los Muertos, mi mamá se resarció. Con cartulina, papeles brillantes y mucha pacie

Borde

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Deja el borde de las empanadas y de las pizzas. Eso no se come, dice. Sabe cuándo evitar responder al timbre de su casa, dónde bajar el seguro de las puertas del auto, y cómo dejar de mirar a quienes habitan las veredas, por debajo de su cintura.  Tapia, cubre, enreja, aisla, valla, protege. Eso es saber exactamente que hay gente que tiene y gente que no tiene.  Pero cuando los límites humanos se encogieron, resulta que los bordes más lejanos ya no estaban tan lejos. Entonces quedó del otro lado. Fue tan de repente y silencioso, que demoró un rato en darse cuenta dónde estaba. Lo supo al verse acodado, junto aquel que comían los bordes de empanadas y de pizzas que él desechaba.

Victorina pide deseos

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Victorina pide deseos. Todo el tiempo, (todo el tiempo que tiene un fósforo delante, porque está convencida que para pedir hay que soplar). Gasta cajitas y cajotas de fósforos en deseos. Y tiene una capacidad increíble para hallarlas, porque mamá y la abuela siempre las esconden, para evitar sustos y gastos repetidos. Ya le explicaron mil veces que es peligroso, que puede incendiar el mantel, las cortinas o sus rulos revoltosos, pero nada. Victorina pide un deseo cada vez que prende un fósforo. Pero no pide cualquier cosa, porque querer miles de juguetes, ropa de todos los colores o una casa de diecinueve habitaciones, quiere cualquiera. Victorina sopla y dice que le gustaría un cielo fucsia, o que el camino a la escuela amanezca bañado en caramelo, o que caiga nieve de azúcar, o que el verano sea más largo que su dedo. Sueña con animales blancos, pero pintados de verde, con zapatos que crecen y bailan solos, con ventanas que traen paisajes lejanos o extraterrestres que hacen pijamadas

Palabras

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Estaba a punto de decirlas, pero en el apuro del desayuno me olvidé. Después se fueron, yo junté las tazas y las migas, las palabras quedaron sobre el mantel. A la tarde, cuando volvimos, descubrí la ventana abierta. El viento las había volado por el comedor. No fue fácil recuperarlas. A algunas no las volví a ver. Durante la cena coloqué las palabras junto al tenedor, a la espera de un buen momento para materializarlas. Pero había un pesado humo de cansancio sobre nuestras cabezas y fue preciso abrir el paraguas del buen humor. Después junté los platos y las migas, las palabras las enganché en los botones del camisón. Por la noche, mientras dormían, las distribuí debajo de las almohadas. A tientas, en lo oscuro, apurada. Para ganarle de mano al ratoncito pérez o al hada de los dientes. En el desayuno siguiente, lo que debía saberse, ya todos lo sabían. Por eso las palabras salieron de sus bocas, no de la mía.