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Mostrando entradas de marzo, 2023

La primavera

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El protagonista del cuento ha perdido la primavera. No sabe si resbaló de su bolsillo en plena carrera, o se hundió en la nieve del invierno o entre las  hojas bochincheras del otoño. Mira y mira a su alrededor, pero no la encuentra. Por eso la maestra estira sus ojos, sus manos, el cuerpo entero, al narrar la historia. Revisa bajo la mesa chica, detrás de las cortinas azules, entre las mochilas colgadas o las zapatillas de Miguel, que anda medio distraído y no presta mucha atención al cuento. Pero todos los chicos se ríen y gritan que no, que ahí no está la primavera. En el libro, el protagonista recibe ayuda de amigos que van surgiendo en el camino. Hormigas que endulzan el paisaje con azúcar robada en las cocinas. Orugas que apuran su paso a mariposa, para sumar color. Coquetas flores urgidas en mostrarse por los bordes del camino. Y algunos pájaros que retocan las brújulas o los GPS. De esa forma orientan (y aceleran) el arribo de las tardes largas, los vientos cálidos y el escuadr

El frasco

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Voy a upa y me quejo porque siento algo extraño en el pie. Mi mamá dice que espere, que ya me baja y se fija. Me quejo. “Se te debe haber desabrochado la sandalia”, dice. Que espere, dice. Me quejo. Al rato, más lejos en el tiempo y el espacio, me baja. Me apoya sobre el muro pequeño de una casa. Yo lo recuerdo de noche. Todo oscuro. Ella acerca las manos a mis sandalias (pensando en acomodar una hebilla salida), pero es otra cosa. Tengo un pie sucio de pintura. Es pastosa, molesta, por eso me quejo. No hay mucho por hacer. Ella limpia como puede, con lo que puede. Después estoy en el colectivo. Aún me quejaría pero ya descubrí que es inutil. Mamá puso esa cara seria de mirar lejos, (vaya a saber uno dónde apoya la vista). Es mejor guardar silencio, entonces. Y guardo. Pronto llegaremos a casa y podré limpiarme.  La pintura la llevaba mi mamá en un frasco, en un bolsillo. También me llevaba a mí, entre sus brazos. En algún punto hizo un ademán de mago, sacó el frasco y dejó caer la pin

Lados

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Tiró la moneda al aire y cayó del lado blanco. “Gobernarás el mundo”, dijo. “Determinarás lo que es bueno y lo que es malo. Lo que debe hacerse y lo que está destinado a castigarse”. Malo será trabajar como negro, (aunque no siempre trabajar en negro). Mala será la suerte negra, el alma negra, el futuro negro, (aunque no siempre el mercado negro). El esclavista será blanco, el contratista, el dueño. El que define los colores, estableciendo lo que es luz y lo que es ausencia. La marea negra será peligrosa. Asfixiantes, los agujeros negros. El humor resultará lacerante si es oscuro y la novela, criminal, cuando sea negra. Aclarar algo ha de ser poner blanco sobre negro. La muñeca de porcelana duerme en su canasto de mimbre. A su lado hay otra, sin ropa, sin cofia, sin cesta. La muñeca negra tiene la leve sospecha de que eran blancos ambos lados de la moneda.  

AMARRONADO

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 El mundo se puso pálido. Así, de golpe. Sólo tenía colores que iban del gris al marrón clarito. La gente, sus objetos y los animales andaban camuflados entre edificios, muebles y árboles con los mismos tonos. Había que mirar bien para reconocer aquello que se mueve de lo que permanece quieto. Había que pensar mucho para descubrir la razón del paisaje descolorido. Y las personas andaban muy ocupadas en sus cosas como para pensar, así que siguieron nomás. Trabajando, estudiando, o esperando en un mundo desteñido. Felicitas creía que era su culpa (porque Felicitas sí se tomó el tiempo para meditar). Estaba segura que su descuido era la causa del amarronado general. Ella había olvidado regar la planta de mamá Vera y ésta fue tomando los colores que ahora todo el mundo compartía. No podía ser casualidad. Su falta de consideración encubría, sin dudas, el origen de tamaña descomposición. Y aunque quiso agregar agua en el último minuto, fue en vano. Sólo provocó una lluvia inutil, resbaladiza

Yaguareté

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Hay un yaguareté agazapado detrás de una palabra. No es la voz de su nombre (vulgar o científico) aquella que lo cubre. Estoy segura que no dice "yaguareté" ahí, aunque aún no he podido leer.  Lo siento respirar. Sé que va a saltar cuando pronuncie esa palabra. Está en actitud de caza. Espera, pues ya tiene la víctima a la vista. Estoy a punto de leer aquello que lo contienen. Voy a liberarlo, a derribar el muro. Entonces se abalanzará sobre mí. Escucho al escritor. Parece reír y llamarme "cobarde". ¿Por qué no lee? - se pregunta impaciente. ¿No te animas? - me reclama. Habla de malos modos, usa expresiones hirientes, sonríe ladino. Espera, como el yaguareté. Mientras tanto se cura las heridas, remienda la ropa rasgada y bebe para mitigar el estropicio. Duele apresar un yaguareté detrás de una palabra. Se sufre mucho al hacerlo. Por eso quiere, el escritor, que yo recree su hazaña.